MILANO-ITALIA  (por Alessio Maturo, PrensaMare)  En un año durísimo para la geopolítica washingtoniana, el mundo ha conocido de manera pública un proyecto en marcha que constituye un nuevo revés para la máxima potencia militar mundial.

El viceministro de Relaciones Exteriores de Siria, Ayman Sausan, afirmó que “tras la victoria de Siria en la lucha contra el terrorismo, nadie puede imponerle nada que no tenga en cuenta sus intereses nacionales”. Agregando que “el cambio internacional hacia el país fue impuesto por el fracaso del proyecto sionista-estadounidense ante la determinación y los sacrificios de los sirios”.

Para el gobierno sirio, las relaciones con Rusia e Irán, son estratégicas. En ese camino, pretenden avanzar hacia una asociación económica que se eleve al nivel de la relación política.

Dentro de este reposicionamiento de Siria, tras derrotar la ambición de las potencias occidentales por balcanizar al país, la reciente visita del ministro de Relaciones Exteriores de China a las autoridades sirias constituye una muestra del interés de Beijing, por ayudar a Siria.

Frente a la violencia que impulsaba Donald Trump en todos los continentes, la actual situación de EEUU (interna y externa), va llevando a su actual mandatario a tratar de descomprimir la situación en ciertos aspectos.

Tal es así que dentro de esta necesidad por calmar el mundo, el encuentro en Ginebra (Suiza) de los presidentes Vladimir Putin y Joseph Biden, marchó en ese sentido. Motivo por el cual tras ese encuentro crecieron los contactos entre funcionarios rusos y estadounidenses.

Dentro de este panorama, la victoria de Siria sobre las potencias y las bandas terroristas funcionales, han afectado el centro de gravedad de la estrategia estadounidense de pretender expandir la unipolaridad. Ello ha sido posible, no solo por la unidad de las autoridades sirias con su pueblo, y la resistencia de los sirios (y sus aliados), sino por la preclara intervención de Rusia.