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Opinión

BRASIL: CRISIS SIMULTÁNEAS, FUTURO DE LUCHAS (por Rafael H. Fernández)

BRASIL: CRISIS SIMULTÁNEAS, FUTURO DE LUCHAS (por Rafael H. Fernández)

LA HABANA-CUBA  (por Rafael Hidalgo FernándezLa COVID-19 hizo estallar, a la vez, todas las crisis latentes en la sociedad brasileña y, de manera particular, las asociadas a su sistema político. El “desorden” general que sigue causando desafía por igual a todos los actores de la política nacional y a sus respectivas bases sociales.

Se repite una y otra vez la pregunta: ¿qué país será, tras la pandemia, el Brasil que  se transformó en uno de los Estados más respetados por sus acciones de paz y cooperación internacional, así como por sus logros en la lucha contra la pobreza heredada y en otras esferas del desarrollo social, entre el 2003 y el 2016?.

Como factor coyuntural, la COVID-19 puso a prueba la correlación de fuerzas entre las tres grandes tendencias sociopolíticas  en que quedó claramente configurada la sociedad, tras la multidimensional operación política desarrollada por los EE.UU. y sus aliados internos para fragilizar el Estado nacional, bajo el pretexto trillado en la historia local de luchar contra la corrupción, esta vez atribuida indebidamente a los cuatro gobiernos consecutivos del Partido de los Trabajadores (PT), cuyos mandatos coinciden exactamente con la mencionada etapa 2003-2016.

En medio de la pandemia, los representantes de cada una de esas tendencias sociopolíticas, con distintos grados de eficacia, intentan imponerse en el balance general de fuerzas. Todo indica que la confrontación política crecerá y se tornará cada vez más radical, sobre todo si, como es previsible, Bolsonaro persiste en su plan autoritario y personalista. 

La ultraderecha, beligerante, dominada por el odio y por otras conductas disfuncionales, lo apoya en dicho plan. Ella define el carácter extremista del llamado bolsonarismo y busca modificar – léase degradar - las reglas del sistema político liberal vigente, en línea con las demandas del capital transnacional y de sus agentes internos, incluidos ciertos núcleos militares. Sus líderes, los visibles y los que no lo son, buscan ganar tiempo para privatizar todo lo privatizable, y para reducir, hasta donde resulte factible, los “gastos” en seguridad social y en pago de empleos decentes. Algunas encuestas le dan un 30-32% de apoyo social. No es cifra que deba despreciarse ni temerse, pero sí estudiarse con la debida atención.

De forma paralela, la derecha tradicional y oligárquica que pensó en el 2018 que podría recuperar el poder ejecutivo en breve, mediante una figura de ultraderecha que suponía manejable y de corta duración, está tomando rápidamente distancia de ella y de su peligroso entorno, pero cuidando preservar el programa económico ultra-neoliberal que sustenta, así como el plan político de impedir, a cualquier precio, la resurrección de la izquierda con opciones electorales de triunfo. Vive, en rigor, la conocida disyuntiva de Shakespeare.

En la tercera tendencia aparecen los representantes y seguidores de la izquierda y la centro-izquierda desplazados del gobierno, que atraviesan una coyuntura marcada por más desafíos que avances tangibles. En medio de un complejísimo proceso de recomposición organizativa y de intensos debates  sobre prioridades  estratégicas y tácticas, desde su seno emergen voces que demandan retomar el histórico trabajo de masas; la labor de formación y educación de estas para que no sean presas fáciles de la mentira, la desinformación y las falsas promesas; y que invitan a examinar los reveses en términos que contribuyan a evitar fallas, omisiones y errores pasados, entre otras valiosas formulaciones.

La izquierda de hoy, en particular, es mucho más amplia que la representada por los partidos políticos. Tiene raíces y expresiones relevantes en los movimientos sociales, la academia y la intelectualidad. Posee núcleos con ideas políticas e ideológicas muy avanzadas, y un potencial de experiencias organizativas que permiten confiar en su capacidad para resurgir más fuerte. El cuándo y el cómo forman parte de asuntos soberanos que hoy ella examina, lo cual es, en sí mismo, un hecho positivo frente a la estrategia conjunta de la derecha y la ultraderecha de propiciar el desánimo  y la división, y de estimular los personalismos y los sectarismos de todo tipo. Ambas buscan dividir a quienes saben que pueden ser fuertes de nuevo.

 Dentro de este escenario político general, sobresalen los enfoques contrapuestos de las referidas tendencias políticas sobre cómo encarar las crisis en desarrollo, y sobre el país que cada una desea. Constatar los enfoques en pugna es esencial para aproximarnos a los rumbos probables de la lucha política en él, tanto en el corto como en el largo plazo.

Perspectivas en conflicto

Para Jair Bolsonaro y para los sectores de poder que le dan sustento cotidiano, así como para los mentores intelectuales del proyecto autoritario y ultra-neoliberal que él representa, la estrategia – por sus hechos - es esta: 1/ aprovechar las crisis simultáneas en desarrollo para endurecer las reglas del régimen político; 2/ quebrar todos los obstáculos que quedan para que el gran empresariado hegemónico logre sus objetivos crematísticos; 3/ enardecer y armar al núcleo duro de ultraderecha para que juegue una función disuasiva ante eventuales protestas populares, o en caso de un golpe, mediante el apoyo a las milicias particulares, así como a las policías militares estaduales; 4/ reflotar la idea del “enemigo interno” a combatir dentro de la conocida concepción represiva de la seguridad nacional heredada de la última dictadura, de nuevo a partir de un anticomunismo exagerado de manera calculada; y 5/ tratar de cooptar a los sectores más corruptos y patrimonialistas de los partidos tradicionales y actuales de la derecha. Todo ello bajo la cobertura de una guerra de las llamadas “fakes news” para “engañar mientras se pueda”.

Para esta perspectiva de ver y pensar el país, las opciones son pocas y claras: si hay que reprimir para que el programa económico asumido pueda avanzar, pues se reprime. Tal es la mentalidad de esta ultraderecha, calificada por Folha de S. Paulo, un año y medio después, como “fascismo de segunda”. En el 2018, este diario prohibió a sus periodistas llamar a Bolsonaro “extremista de derecha” . Sobran los comentarios.

No nos engañemos. Bolsonaro y sus mentores saben, como Milton Friedman y Augusto Pinochet en su época, que no existe forma humana de aplicar una política económica como la asumida, sin fuerte resistencia popular en el medio y largo plazo. La historia se repite. Lo que está en juego, una vez más, es la defensa del capital por el capital. Confrontar y vencer esta opción a favor de las mayorías pobres, constituye no solo una necesidad para Brasil, sino para toda América Latina y el Caribe. Lo que sucede hoy en el país sudamericano es, apenas, la expresión local de un populismo de ultraderecha que es estimulado en todo el mundo por los mismos intereses, a pesar de tener en este caso “historia propia”.

El gran capital está operando con alto grado de cooperación y sincronización entre sus distintas expresiones orgánicas. No está improvisando. Ha aprendido a utilizar, en función del plan restaurador, a figuras que por momentos parecen actuar de forma “impensada”, “emotiva” o “disfuncional”, como Bolsonaro. Así lo confirma la actuación de este último.

Primero calificó la pandemia, en sus inicios, como “gripezinha” (catarrito), esto es, le quitó importancia con la “intención” declarada de favorecer a la economía. Replicó de esta manera la actuación de su máximo paradigma, Donald Trump. Falta ver ahora cómo la califica, una vez que terminó siendo víctima de ella como caso “positivo” (si es que de veras está enfermo).

En consecuencia, lo que pudo haber sido un problema sanitario controlable, pasó a ser con celeridad una crisis sanitaria de proporciones nunca vistas en el país, con graves efectos económicos que a su vez pusieron al desnudo, de forma inmediata, las desigualdades acumuladas por una nación donde “… siempre prevaleció la voluntad de los señores de mando y riqueza”, como afirma el jurista Fabio Konder Comparato

Las cifras de contagios y fallecidos, como en los EE.UU., indican también que están muriendo los más pobres, en un nivel que permite hablar de crisis social en desarrollo, a juzgar por las expresiones de descontento social explícito que empiezan a observarse, y que es previsible que tomen densidad de masas y se tornen más recurrentes, sobre todo cuando cese la actual fase de la enfermedad.

El manejo de la pandemia al margen de las recomendaciones de la OMS, y de las alertas dadas por las propias autoridades nacionales de salud, generó inmediatas  preocupaciones en otros órganos del Estado, el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Congreso, entre ellos. ¿Cuál fue la reacción de Bolsonaro? Atacarlos y estimular a sus seguidores más fanáticos para que actuasen de igual modo. Así sucedió y sobran los ejemplos para quien desee buscarlos.

¿Cuál era y es para el presidente el objetivo mayor? Fortalecer su poder personal y debilitar a los demás poderes públicos, todo ello apoyado en un plan bien pensado de manifestaciones de radicales solicitando la vuelta de la dictadura, claro está, “para poner orden”. No es difícil responder la pregunta: ¿Cuál orden?

De manera paralela, la conducta del presidente hostil al STF y a quienes le cuestionan desde otras instancias del Estado, responde también a circunstancias más vulgares. Él y su “famiglia” saben que están política y jurídicamente a la defensiva;  intuyen que no hay opciones para esconder los ilícitos de un delincuente como Fabricio Queiroz, colaborador cercano, hoy detenido luego de estar, por más de un año, escondido bajo protección del abogado  Frederick Wassef, íntimo del clan; saben que la industria de noticias falsas de “Carlinhos” Bolsonaro está más que documentada; y temen que los inocultables nexos del hoy senador Flavio Bolsonaro con los grupos de exterminio, las  llamadas milicias, estallen en cualquier momento.

En resumen, Bolsonaro y la ultraderecha que le da respaldo en la calles necesitan del caos político y social. Lo promueven todos los días, y ello explica en gran parte la actual crisis institucional del país. El objetivo de corto plazo: ganar tiempo para llegar al 2022 y poder aplicar el plan privatizador a gran escala, así como avanzar en el alineamiento vasallo a la política externa de los EE.UU.  Pero tener intenciones es una cosa; poseer la capacidad de llevarlas a la práctica, otra muy distinta. El émulo brasileño de Trump no tiene las manos libres como desearía.

Para la aquí llamada derecha tradicional y oligárquica, es evidente que Bolsonaro se transformó en un problema de gobernabilidad. Sus agentes económicos necesitan que avance el plan ultra-neoliberal asumido por el bolsonarismo, pero dentro de las reglas del juego y la correlación de fuerzas que el impeachment contra Dilma Rousseff y la Operación Contra Brasil  (Lava Jato) habían propiciado en el 2016.

Las élites tradicionales de poder habían logrado para esta fecha pleno control sobre todas las instancias del poder judicial; llegaron a dominar las tendencias principales de la opinión pública (tema para un estudio especial); lograron que los sectores más conservadores de las fuerzas armadas apoyasen, por omisión o anuencia, las decisiones que anularon el protagonismo de la izquierda petista y a sus aliados más leales; facilitaron al gobierno golpista de Michel Temer todo el apoyo que demandó para entregar las riquezas del país a las transnacionales y al capital privado interno. Estas élites alcanzaron, en fin, todo el poder que necesitaban, sin mayores reacciones en contra.

En este contexto de incuestionable hegemonía, aparece Bolsonaro, capta el apoyo de la ultraderecha y la derecha tradicional, pero empieza a dañar de inmediato, en virtud de la soberbia y la mediocridad que le caracterizan, la tregua a la que aspiraban una parte del capital brasileño y sus principales representantes en la esfera política, jurídica e ideológica.

Ello explica, en un alto grado, los editoriales y artículos críticos de O Globo, Estado de S. Paulo y Folha de S. Paulo; el rechazo a la actuación de Bolsonaro por parte de importantes figuras del STF, de reconocidas simpatías conservadoras; la postura de algunos banqueros ahora preocupados por el desorden en progreso; y las posiciones críticas al gobierno de figuras intelectuales y académicas conservadoras, pero de incuestionable talento y que creen sinceramente en la democracia liberal. En este arcoíris de posiciones, los intereses dominantes tienen un objetivo central: el plan económico ultra-neoliberal del ministro Paulo Guedes debe ser preservado. 

En el campo popular, el pasado 30 de abril, João Pedro Stédile, líder del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), expresó con la autoridad de quien conoce bien los dramas y las potencialidades de su país: “Brasil vive una crisis económica, política, social y ambiental, que puede ser considerada la más grave y profunda de la historia...”. Habló del tema en singular, pero describió una realidad de muchos rostros que reclaman justicia y equidad.

Para él, las soluciones no llegarán de la mano del capitalismo, en ninguna de sus versiones. De forma precisa se declara partidario de “una nueva alianza de clases en torno de un proyecto de país” . Esto es, pasa por pensar más allá de las contingencias políticas, o para decirlo de un modo más gráfico, supone impedir que las primeras ramas (las soluciones tácticas, las pequeñas luchas de poder y otros asuntos subalternos) impidan ver el bosque al cual es necesario llegar.

Este bosque, en la perspectiva de las organizaciones sociales y políticas más revolucionarias y/o progresistas, guarda relación directa con la creación de un Brasil donde no existan estas realidades de hoy: millones de trabajadores y jubilados de la ciudad y el campo que llevan sobre sus hombros los costos de las crisis generadas por el capital y no por ellos; el contingente de desempleados que no cesa de crecer; los que viven del trabajo  informal y son millones en situación agravada de pobreza; los jóvenes que no encuentran empleos;  los negros que siguen sin los derechos que debe tener todo ser humano, sin distinción de raza, credo o situación social; y las mujeres de prole numerosa que ahora no logran los beneficios de programas sociales en fase de mengua, entre ellos Bolsa Familia, aunque la propaganda bolsonarista diga lo contrario para engañar a los incautos.

El cuadro antes expuesto, pero con más detalles e impecable estilo literario, es reflejado por Frei Betto en tres artículos recientes. Tal es el valor de “Antígona & Antares”, “Eu não consigo respirar neste Brasil (des/governado)” y “A pandemia trará mudanças? En su visión holística de la realidad, el escritor y teólogo no se queda en la constatación del drama, categórico va a su causa principal y afirma: “Vivimos la era del capitaloceno, en la cual la apropiación privada de la riqueza habla más alto que los derechos colectivos” . No es necesario preguntar cuál es su perspectiva analítica y de vida, ni cuáles los proyectos de país y sociedad que privilegia.

En esta misma y vital línea de pensamiento, el también teólogo Leonardo Boff critica frontalmente el modo de producción capitalista y la que llama su expresión política, el neoliberalismo. De manera directa enfatiza que “el capitalismo es solamente bueno para los ricos” . Desde este enfoque medular defiende la solidaridad por encima de la concurrencia capitalista, y la interdependencia de los seres humanos en lugar del individualismo. Coloca, así, banderas éticas que la izquierda está en el deber de materializar en cualquier país, y que la derecha nunca asumirá por su propia naturaleza.

De este modo, un emblemático dirigente social y dos pensadores que representan lo más genuino de la Teología de la Liberación, expresan una línea de pensamiento anticapitalista que está influyendo sobre la actuación de importantes movimientos sociales, y que ha sido bandera histórica de la izquierda revolucionaria. Aunque esta línea de pensamiento no es mayoritaria aún, reaparece en un contexto que exigirá definiciones políticas e ideológicas más claras y de corto plazo a quienes operan desde la izquierda, tanto en Brasil como en toda la región.

El plan de la derecha internacional y el odio de clases acumulado por sus representantes locales, no podrá impedir lo que ya está en desarrollo: la reinstalación del debate sobre cómo, desde la izquierda,  sin miedo y sin cálculos políticos estrechos, sino desde convicciones de justicia y sentido de equidad, encarar la confrontación contra las versiones radicales del neoliberalismo enarbolando posiciones críticas y radicalmente opuestas al capitalismo ultra-neoliberal, que en Brasil y en otros países de la región se está tratando de reinstalar.

Esta realidad, después de la pandemia, es previsible que desafíe a todos por igual, en la derecha y en la propia izquierda. La primera casi seguro buscará los pretextos que le permitan reprimir a gran escala, si las maniobras demagógicas le fracasan. En el campo de la izquierda pondrá a prueba muchos discursos, y lo esencial, posibilitará que se impongan los liderazgos realmente dispuestos a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”  a favor de los más humildes.

Por lo que se observa, las luchas por más justicia y equidad, por más democracia y derechos de participación se multiplican y prometen crecer. Tiene un alto valor simbólico lo sucedido el pasado primero de mayo. Por primera vez en la historia del movimiento sindical, todas las centrales unieron esfuerzos y condenaron el autoritarismo en desarrollo, y defendieron los derechos de los trabajadores y jubilados, entre otras banderas.

De manera paralela se incrementan las voces, individuales y colectivas, que se pronuncian a favor de un gran Frente Amplio contra “el fascismo de segunda” que trata de avanzar en el país. No es una iniciativa que goce de apoyo unánime, pero revela, por un lado, la polarización política existente hoy. Por otro, confirma los niveles de resistencia plural que se están desarrollando en la sociedad contra la degradación de todas las esferas de la vida cotidiana, en virtud de las políticas retrógradas del gobierno.

 En la derecha, un sector busca cooptarlo para que se quede solo en el “Fora Bolsonaro”, sin afectar el plan económico antinacional de este personaje. Otros prefieren que exclusivamente se hable de defensa de la democracia sin adjetivo. 

Ya en la izquierda, un sector lo estimula para que vaya más allá, esto es, para que resuelva el objetivo inmediato (parar el golpismo en desarrollo) y cree condiciones para más adelante llegar a la defensa de la soberanía nacional y otras propuestas de mayor alcance social y político. Otro segmento no comparte esta percepción y prioriza opciones de lucha diferentes. Lo relevante: unos y otros están buscando caminos para retomar la iniciativa política y vencer los retos del bolsonarismo.

En este contexto, la lucha de clases en el país asume contenidos y formas que demandan mayor estudio por su alcance continental y, en el caso de la izquierda, mayores niveles de unidad de acción. La derecha y la ultraderecha conocen esta última realidad y tratan de aprovecharla todos los días.

En cualquier variante, la COVID-19 parece colocar a Brasil ante una nueva etapa de luchas políticas y sociales, con potencial para ser de signo progresista. En este caso vale la pena seguir, entender y apoyar de forma decidida a sus protagonistas. América Latina y el Caribe lo necesitan.

Notas/Bibliografía:   Por tendencia política aquí se asumen las ideas, valores y prácticas políticas que materializan los partidos políticos, movimientos sociales y otros actores políticos, de forma compartida, con niveles de organización y concertación diversos, que impactan en el debate público y en el proceso de toma de decisiones en la sociedad, el Congreso y demás poderes del Estado, en defensa de uno u otro rumbo político y económico del país.

Una muestra de este debate aparece en las declaraciones de la expresidenta Dilma Rousseff a Mino Carta (Carta Capital), el 6 de junio de 2020, sobre el Frente Amplio; en “Brasil-crises e impasse”, de Walter Sorrentino, vicepresidente nacional del Partido Comunista de Brasil (PCdoB); en “Capítulos Finais”, de Juliano Medeiros, presidente nacional del Partido Socialismo y Libertad (PSOL);  y en “A política de frente para derrotar Bolsonaro e salvar a democracia”, de Roberto Amaral, en [email protected].

“La derecha necesita consolidar la percepción de que la historia continental entró en una fase regresiva e imparable a favor del capitalismo salvaje, propio de la actual fase de transnacionalización de este sistema. Desmontar con hechos esta visión fatalista, es misión de principios para la izquierda de Nuestra América”. Así lo consigna el Documento Base del XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo, efectuado en julio de 2018, en La Habana.

Ver en Brasil 247. 27 de Mayo de 2020. “Folha finalmente chama Bolsonaro de fascista”          

Ver en Portal Tutameia (https:// tutamia.jor.br). 6 de Mayo de 2020. Entrevista a Fabio Konder Comparato

Ver en CUBADEBATE, 24 de Junio de 2020 “Brasil en disputa. Permiso para opinar”.

Ver en Portal 360. Brasilia (https://www.poder360.com.br). “Em defesa da vida do povo, mudar o governo”. João Pedro Stédile.

Ver en www.freibetto.org. 7 de Junio 2020. “A pandemia trará mudanças?.

Leonardo Boff, teólogo y pensador de visión estratégica, para este debate aporta una perspectiva ecológica sin la cual no es concebible un pensamiento de izquierda para encarar los desafíos del desarrollo de la Humanidad, que superan los de la COVID-19. Ver www.leonardoboff.wordpress.com (“O que poderá vir depois do coronavirus”).

Ver en https://presidencia.gob.cu/es/noticias/concepto-de-revolucion/