Mar. 28. Nov 2023, Santa Fe - Argentina
Opinión

¡42 MARZOS DESPUÉS (Omar A. Maradiaga)

¡42 MARZOS DESPUÉS (Omar A. Maradiaga)

MANAGUA-NICARAGUA (por Omar Aguilar Maradiaga)

“Y también enséñenles a leer”

Comandante en Jefe, Carlos Fonseca Amador

“Saber leer y escribir - signifi ca liberarse de las cadenas de la dependencia.

Saber leer y escribir es adquirir confi anza en uno mismo. La alfabetización

confi ere a la persona un mayor control sobre su vida, ayuda a que la

persona sea autosuficiente”

 Yusuf Kassam

Aún humeaban los cañones de los fusiles libertarios a escasos 8 meses del triunfo de la Revolución Popular Sandinista. La naciente revolución que cambiaría para siempre la historia de Nicaragua, apenas daba sus primeros pasos y todavía persistía el dolor y las constantes pesadillas que taladraban la mente y el corazón de los que sufrieron en carne propia la represión y la tortura de las hordas somocistas. Muchas madres seguían esperando el regreso de sus hijos o al menos ubicar el lugar donde quedaron sus restos, para llevarles un ramo de flores, para rezar una plegaria al creador y pedir por su alma, entregada a la patria a cambio de un mundo de libertad y esperanza.

Lo mejor estaba por venir, pero para lograrlo había que despojarse de todos esos temores y angustias, había que dar un paso al frente y aceptar con valentía las tareas que la patria demandaba; así hubiese que entregar la vida. Los sueños solo se vuelven realidad cuando abandonas el universo onírico y te empeñas en cumplirlos, cuando te impones a ti mismo, metas para alcanzarlos. El amor que se pregona solo se materializa y se convierte en verbo, cuando lo entregas a una causa real y justa; la vida solo tiene sentido si dejamos huellas en la senda que caminamos, no importando si esa senda es larga o es corta.

El Gobierno surgido del triunfo de la Revolución Popular Sandinista el 19 de julio de 1979 en Nicaragua, contempló como una prioridad urgente la erradicación del analfabetismo. En aquel momento, el índice de analfabetismo en el país era superior al 50%, uno de los mayores del continente americano. A solo ocho meses del triunfo revolucionario, el reto fue lanzado y las palabras del Jefe de la Revolución Comandante Carlos Fonseca Amador “Y también enséñeles a leer”; se convertían en la tarea más titánica, en la máxima prioridad y acaso en el acto más revolucionario que muchos jóvenes habrían de realizar en su vida. El sueño de Carlos, que era a la vez el deseo más sublime, el compromiso más humano; estaba a punto de materializarse y sería en uno de los actos de amor más grande que se escribiera en la historia revolucionaria mundial y en el que el hermano pueblo cubano y otros pueblos hermanos nos entregaron toda su solidaridad, hermandad, experiencia y conocimientos.

Miles de jóvenes mujeres y hombres; la mayor parte púberes y niños, partimos hacia los diferentes rincones del país, a enseñar y a aprender, a poner en práctica el mandamiento de “amar al prójimo como a ti mismo”, a dar sin esperar nada a cambio, a despojarse de todo egoísmo y desde la más profunda humildad; compartir los conocimientos (que desde nuestros privilegios recibimos), con aquellos olvidados, marginados e históricamente explotados por los terratenientes, hacendados y la burguesía capitalista en general. Para la minoría que ostentaban el poder antes del triunfo de la revolución, mantener a las mayorías alejadas del conocimiento; era clave en el marco una estructura socioeconómica, política y cultural, desigual, injusta y aberrante; que multiplicaba la riqueza a partir de reproducir la pobreza, la miseria y estancamiento.

Al principio las dudas revoloteaban sobre nuestras cabezas. “Lograré enseñarles”, “me daré entender”, “y si no aprenden”. Los primeros momentos fueron claves para perder el pánico escénico, trasmitir confianza a los alfabetizandos, ayudarles a perder el miedo, sobre todos a los adultos cuyas manos estaban acostumbradas a tomar el arado, el hacha, el machete, al ordeño de vacas, a usar el lazo o a las labores del hogar que en el campo se antojan pesadas y difíciles. Esas manos con dedos rígidos y encorvados, de pulso tembloroso; no estaban acostumbradas a tomar un lápiz tan delgado como una la pluma y sentían dolor, incomodidad y a veces pena.

Pero poco a poco, fuimos ganando la confi anza e intercambiamos conocimientos. Enseñábamos a leer para que los alfabetizandos pudieran conocer y tener una nueva visión del mundo; pero a la vez aprendíamos de ellos para entender el mundo desde una nueva visión; les enseñábamos escribir los nombres de todos los seres vivos que nos rodeaban, pero a la vez aprendíamos a valorar la importancia real de esos seres vivos; enseñamos a leer y escribir; pero aprendimos el significado de la humildad, del sacrificio, de la hermandad, de la división real del trabajo, del equilibrio entre el ser humano y la naturaleza; fuimos maestros y alumnos a la vez, alfabetizadores alfabetizados.

Hoy celebramos el día que marcó el inicio de la noble Misión que se nos encomendó, “enseñar a leer y escribir”, pero es también es un día para celebrar el inicio de nuestro aprendizaje directo y en vivo, de aquellos que generan la verdadera riqueza y producen lo que consumimos; los que sostienen en sus manos la identidad y el orgullo de ser nicaragüenses; los que a veces viven en carencias, pero entregan todo lo que tienen; a los que a pesar de lo duro de la vida, no les falta amor, comprensión y pureza de espíritu.

Este también fue el inicio para forjar nuestra identidad, para fortalecer en nosotros los principios revolucionarios y humanistas; los que serían claves para las etapas venideras de la revolución; etapas que demandaron sacrificio, entrega, conciencia de clase y fortaleza de espíritu.

Muchos de aquellos a los que enseñamos a leer y escribir ya no están, porque fueron nuestros padres o hermanos mayores ya hace cuatro décadas, otros continuaron aprendiendo y creciendo con la revolución. A algunos volvimos a verles, otros aún esperan el prometido “reencuentro”, 42 años después.