SANTA FE-ARGENTINA  (Editorial, PrensaMare)  El 16 de junio de 1955, la capital de Argentina, soportó escenas propias de una guerra (no declarada ni existente).

No la protagonizó un enemigo externo, sino militares con aviones, armas y municiones que la Nación puso en sus manos para defender la Patria. Aviones (entre 34 y 40) de la Fuerza Aérea y la Armada argentinas, bombardearon a la población civil que se encontraba en la Plaza de Mayo.

Los responsables materiales (e intelectuales) afirmaban que pretendían asesinar al presidente Juan Domingo Perón en su despacho de la Casa Rosada.

Fue una verdadera masacre, con alrededor de 10 toneladas de bombas que estallaron sobres transeúntes, automóviles, ómnibus y trolebuses que –como todos los días- se movilizaban por el centro de la ciudad al mediodía.

Hombres y mujeres, niños que se dirigían a la escuela, trabajadores hacia sus labores se transformaron –sin saberlo- en “objetivos militares”.

Tras los sucesos se produjeron movilizaciones donde pedían armas para defender el gobierno. Perón no murió ni fue derrocado. Los atacantes de sus connacionales civiles e indefensos, como verdaderas ratas, escaparon y se refugiaron en Uruguay.

Fue una acción criminal del antiperonismo militante, que contó con el apoyo de partidos políticos y entidades intermedias que por acción o indiferencia brindaron apoyo.

Se conmemoran 66 años de la tragedia que constituyó el mayor atentado terrorista de la historia argentina.