WASHINGTON-EEUU (especial para PrensaMare) Falleció la religiosa Dianna Ortíz en un centro de cuidados paliativos en Washington. Tenía 62 años y estaba enferma de un cáncer.
Nacida el 2 de septiembre de 1958, en Colorado Springs (Colorado, EEUU) creció en Grants (Nuevo México), junto con 7 hermanos. Su madre, Ambroshia, era ama de casa; su padre, Pilar Ortiz, minero de uranio.
Hoy le sobreviven su madre; sus hermanos, Ronald, Pilar Jr., John y Josh Ortiz; y sus hermanas, Barbara Murrietta y Michelle Salazar. Otro de ellos, Melvin, murió en 1974.
La hermana Dianna Ortiz, era una monja católica y ferviente opositora a la tortura. En 1989, fue secuestrada en su lugar de trabajo por miembros del Ejército guatemalteco entrenados en Estados Unidos. Veinticuatro horas después, Ortiz consiguió escapar. En ese breve período de tiempo, fue torturada, violada y obligada a torturar a una mujer que ya estaba al borde de la muerte. Ello lo denunció y luego lo relató en su autobiografía (titulada “Los ojos vendados: Mi viaje de la tortura a la verdad”).
Ortiz escribió sobre la complicidad de Estados Unidos con el sistema político represivo de Guatemala y con la tortura y el asesinato de más de 150.000 en ese país centroamericano. En 2002, ante Democracy Now, dijo: “Hago un verdadero llamado al pueblo estadounidense: Por favor, hagan todo lo posible para evitar que la tortura destruya y devaste más vidas. Nuestro Gobierno habla de poner fin a la guerra contra el terrorismo. La tortura es una forma de terrorismo. Esa es mi súplica”.
Se convirtió en una activista a favor de los supervivientes de la tortura y ayudó a exigir la publicación de documentos que mostraban la complicidad de Estados Unidos en los abusos contra los derechos humanos en Guatemala.
Mientras servía como misionera y educadora de niños indígenas en el altiplano occidental de Guatemala, Ortiz sufrió el secuestro y violación en grupo. Las torturas le fueron aplicadas por miembros de un cuerpo de seguridad guatemalteco. Pero estaba segura que un estadounidense había actuado en complicidad con sus secuestradores.
El secuestro, torturas y violación fue calificado como un “montaje” por funcionarios estadounidenses y guatemaltecos. Sufrió en su espalda más de un centenar de quemaduras con cigarrillos. Relató que fue llevada a ver un pozo atestado de cuerpos de hombres, mujeres y niños; algunos de ellos decapitados, otros aún con vida.
También la obligaron a apuñalar a una mujer que también estaba cautiva. Sus captores tomaron fotos y grabaron un video del acto para usarlo en su contra.
La tortura se detuvo y fue desatada cuando un hombre (que ella consideró que era estadounidense) dio la orden; al parecer era el que estaba a cargo del sitio. El mismo hombre dijo que la detención (un verdadero secuestro ilegal) se había convertido en noticia en todo el mundo.
Ese hombre la llevó hasta su auto y le dijo que le daría un refugio seguro en la Embajada de Estados Unidos. También le recomendó perdonar a sus torturadores. Temiendo que el hombre la fuese a matar, ella saltó del automóvil.
Tras lograr escapar, con el tiempo se dio cuenta que a causa de las violaciones había quedado embarazada, por lo que se practicó un aborto. Quedó tan shokeada por lo vivido que no recordaba gran parte de los sucesos previos al secuestro. Al volver con su familia en Nuevo México y a su orden religiosa de monjas en Kentucky, no los reconoció.
Al denunciar que los criminales que la tenían en su poder eran supervisados por un estadounidense, fue desacreditada. Inclusive el propio presidente guatemalteco aseguró que el secuestro nunca había ocurrido. Pero se contradijo al dar veracidad al suceso denunciado, pues aseguró que había sido llevado a cabo por elementos no gubernamentales (¿?).
Sus denunciar sirvieron para mucha gente se enterara que el gobierno de Estados Unidos, a través de la CIA, la embajada y la inteligencia militar, trabajaba junto a las unidades de inteligencia militar y represivas de Guatemala.