Mar. 19. Mar 2024, Santa Fe - Argentina
Opinión

JUGANDO A LA RULETA RUSA (Ricardo Preve)

JUGANDO A LA RULETA RUSA (Ricardo Preve)

CHARLOTTEVILLE-EEUU  (por Ricardo Preve)  Trump de acá al 20 de enero… ¿Un tiro en la recámara?

Hay quienes dicen que cuando el presidente Trump subió a bordo del avión presidencial el 23 de diciembre para volar a su casa en Florida, dejando atrás el caos de una Washington donde su ausencia aseguraba el fracaso de las medidas económicas para enfrentar al Covid, y bloqueaba la aprobación del nuevo presupuesto de defensa nacional, estaba tomando el primer paso hacia la transformación de presidente a candidato para las elecciones del 2024.

Bajo esta teoría Trump ha finalmente aceptado la realidad de su derrota en las elecciones presidenciales y prefiere retirarse a su refugio en Florida, señalando de forma simbólica su condición de persona ajena Washington, y no perder su imagen como el hombre del pueblo que lucha contra el “establishment” de la capital de los Estados Unidos.

Esta fue la imagen pública que lo llevó a la victoria en las elecciones del 2016, y es también el prisma por el que lo miran sus seguidores más fieles. Para estos, Trump es un hombre como ellos: blanco, simple (por no decir primitivamente ignorante), y profundamente nostálgico de los tiempos cuando cada nueva generación de estadounidenses accedía a autos más grandes, hamburguesas más jugosas, y casas más lujosas que la generación anterior.

Una vez un periodista, refiriéndose al eslogan “Hagamos Estados Unidos grande nuevamente” usado por el entonces candidato Trump en su campaña electoral, le preguntó cuándo Trump consideraba que Estados Unidos había sido grande por última vez. La respuesta dijo mucho sobre la visión del mundo que tiene Trump: según él las cosas deberían volver a fines de los años 40, cuando los recientes ganadores de la Segunda Guerra Mundial reinaban sin oposición sobre el planeta.

Algunos analistas ven en esta fuga de Trump de Washington, en un momento de debates cruciales para el futuro del país, una estrategia diseñada para un futuro regreso al poder, después de una primera presidencia de Biden, con Trump como líder de las masas populares. Presentarse como ajeno a las actuales negociaciones en el Congreso, de las cuales sin embargo dependen millones de ciudadanos que esperan una solución a sus problemas, le permitiría a Trump reconstruir su futuro político.

Un poco como el capitán italiano Francesco Schettino, comandante del crucero Costa Concordia durante el hundimiento del navío en el Mediterráneo en 2012, quien fuera acusado de fugarse de la escena del naufragio, Trump no quiere estar presente en el momento del hundimiento de su barco. Prefiere ser como el general del ejército estadounidense Douglas Mac Arthur en Filipinas en 1942 quien, forzado por el fulmíneo avance de las tropas japonesas a abandonar la fortaleza de Corregidor, dijo: “Volveremos”. Y, efectivamente, Mac Arthur volvió un par de años después con poderes casi dictatoriales.

Pero esta idea de Trump como un estadista pensante y racional, un estratego político a largo plazo, un hombre que vela por los intereses de su partido Republicano más allá de una momentánea derrota electoral, se enfrenta con la dura realidad diaria con la que deben lidiar el menguante número de asesores políticos que aún se aferran a sus cargos en la Casa Blanca. Muchos entre ellos han comenzado a hacer declaraciones a cadenas de noticias como CNN o MSNBC, por las que solo tenían desprecio al principio de la administración Trump, para compartir su creciente preocupación por el comportamiento cada vez más irracional del presidente, con la esperanza de que sus testimonios sirvan para moderar los arrebatos más extremos de Trump.

No quiero exagerar la seriedad de la situación. Es cierto que existen en los Estados Unidos mecanismos institucionales que recientemente, luego de las elecciones del 3 de noviembre pasado, se demostraron suficientemente robustos para resistir a las desesperadas maniobras de Trump para invalidar los comicios. De la Corte Suprema a muchos tribunales federales y estatales en todo el país, las apelaciones promovidas por Trump (y su incondicional escudero Rudi Giuliani, ex intendente de Nueva York, pero recientemente más conocido por sus contratiempos con la tintura de pelo bajo las implacables y cálidas luces de una conferencia de prensa) fueron rechazadas.

Cito las palabras del juez Brian Hagerdorn de la corte suprema del estado de Wisconsin, uno de los estados donde los abogados de Trump intentaron revertir los resultados de las elecciones que daban como ganador a Biden. En sus considerandos al rechazar la apelación de Trump, el juez escribió: “Las medidas pedidas por la querella son la más dramática invocación de poderes judiciales que yo haya visto jamás. Una aceptación judicial de estos pedidos construidos sobre una tan débil justificación legal haría un daño incalculable a todas las futuras elecciones.”

Dicho esto, queda vigente la posibilidad que en su último mes como presidente Trump puede causar un daño muy grande no solo al futuro de los Estados Unidos, si no al de todo el mundo.

Qué pasaría si, en vez de ser una estrategia fríamente pensada para relanzarse en el 2024 como candidato, Trump es en vez un Hitler reciclado que, encerrado en un bunker más virtual que físico (si bien es irresistible la comparación entre su mansión en Mar-a-Lago y el famoso “Nido del Águila” del jerarca nazi en los Alpes), ¿ha decidido perpetuarse en el cargo a su antojo?

¿Quien nos puede asegurar que en sus últimas semanas en el poder Trump no se dedique a ver incendiarse el mundo, como Nerón ante una Roma ardiente? El colapso de la economía estadounidense, los millones de desempleados que aguardan ansiosamente la extensión de los seguros de desempleo, los centenares de miles de sus conciudadanos muertos por el Covid… esta realidad catastrófica podría desencadenar en un hombre tan vanidoso, narcisista, egocéntrico, y profundamente ignorante de la situación internacional (obsecuente al famoso dicho “ignorante y orgulloso de serlo”, lema de los “rednecks”, los racistas blancos de las zonas rurales del sur del país) un sentimiento de desconexión con la realidad que, en su visión, lo eximiría de cualquier responsabilidad de tomar decisiones.

¿Qué podemos esperar entre hoy y el 20 de enero, fecha en la que se supone que por ley Trump tiene que abandonar la Casa Blanca a favor de Biden? ¿Solamente una parálisis de las leyes urgentemente aguardadas por todos para resolver una situación gravísima? ¿Solamente más perdones para amigos y parientes, como aquellos ya anunciados antes de la Navidad?

¿O debemos preocuparnos por lo que le dirán que debería hacer personajes oscuros que se ven con creciente frecuencia merodeando en la Oficina Oval? Individuos como el general retirado Michael Flynn, condenado por haber mentido a los fiscales federales acerca de su relación con los espías de Putin, y entusiasta propulsor de la idea que Trump declare la ley marcial, e invalide las elecciones por las armas… o la abogada Sydney Powell, madrina de teorías de conspiraciones internacionales que atribuyen al difunto líder venezolano Hugo Chavez la victoria de Biden… o Steve Bannon, un verdadero moderno Rasputín y artífice de los juegos más sucios de la historia reciente de la política estadounidense.

¿Cederá Trump a los consejos de estos personajes funestos e intentará pese a todo de quedarse en el poder luego del 20 de enero? ¿Quizás convocando a un desfile militar en Washington para esa fecha, y luego dejando las tropas en la ciudad? ¿O buscando el apoyo de las milicias de supremacistas blancos, a las que siempre se ha rehusado condenar? ¿O más probablemente a través de alguna artimaña política cuando el 6 de enero el Congreso se reúna para aprobar la decisión del Colegio Electoral?

Con Trump, todo es posible.

Estamos frente a un presidente que, todos los días, pone una bala en la recámara de un revolver, rota al azar un par de veces el tambor del arma, nos la apunta a la cabeza y … aprieta el gatillo.

(Ricardo Preve es un cineasta y fotógrafo argentino residente en Virginia. Su hijo Alex Preve fue funcionario en la Casa Blanca del ex presidente Barack Obama).