Jue. 28. Mar 2024, Santa Fe - Argentina
Opinión

POSTALES ARGENTINAS – PLATA (Ricardo Preve)

POSTALES ARGENTINAS – PLATA (Ricardo Preve)

CIUDAD DE BUENOS AIRES-ARGENTINA  (por Ricardo Preve)  Hay un mar de reflejos dorados y plateados que se extiende, casi como si fuera infinito, a los costados de la gran ciudad de Buenos Aires, capital de Argentina.

Es un gran espejo de agua, técnicamente un río, el Río de la Plata. Formado por la conjunción de dos otros grandes ríos, el Paraná y el Uruguay, que drenan las entrañas de la parte más meridional de América del Sur, este enorme estuario que desemboca en el Océano Atlántico lleva su nombre no solo por el color de sus aguas.

Desde la llegada de los primeros conquistadores españoles, a principios del siglo XVI, este curso de agua que divide a Argentina de Uruguay ha sido promesa de grandes riquezas. Los españoles llegaron a estas tierras en búsqueda de un gran rey que, según contaban los aborígenes locales, vivía en el interior del continente, y reinaba sobre magníficas ciudades adornadas con oro y plata.

Y ya desde el principio de la historia de este atormentado rincón del mundo, la contradicción entre lo soñado y lo real se hizo presente. Las primeras expediciones españolas para conquistar la región terminaron en fracasos, ante la feroz resistencia de los pueblos originarios que habitaban las orillas del Río del Plata.

En 1516 Juan Díaz de Solís se internó por el río hasta desembarcar cerca de la actual ciudad de Colonia en Uruguay. Allí él y un grupo de sus hombres fueron muertos por un ataque indígena. El único sobreviviente fue un grumete de 14 años, Francisco del Puerto, quien sería encontrado por la posterior expedición de Sebastián Caboto. Esta llegó al Río de la Plata en 1527, y escuchó de del Puerto fabulosos relatos de enormes yacimientos en las montañas en el interior de Argentina. Y así la leyenda, y la desesperada búsqueda de los tesoros argénteos, siguió por mucho tiempo.

El color y la salinidad del Río de la Plata cambian con las estaciones. En los fríos inviernos, cuando grandes marejadas y fuertes vientos del sudeste empujan el agua salada del mar hacia el interior de la ancha boca del río, el río es de color azul verdoso, y el limite del océano penetra por el curso fluvial por decenas de kilómetros.

Los veranos, con las grandes lluvias del norte Argentino, y del Paraguay y Brasil, engordan el flujo de agua dulce que desciende por los grandes afluentes del Río de la Plata, y el agua del río asume su característico color dorado. Con las crecientes bajan muchos árboles arrancados de las riberas tropicales que bordean los orígenes del río, como así también unas plantas flotantes conocidas aquí como camalotes. Y sobre estos restos vegetales no es raro encontrar animales como monos, o víboras, improvisados viajeros fluviales arrastrados por las veloces aguas.

Con el pasar de los siglos la quimera de las montañas de plata se fue esfumando. Pero en esta parte del mundo, como en tantas otras, el sueño de hacerse rico a través del comercio fluvial habilitado por el ancho río que daba la bienvenida primero a los grandes veleros, y luego a los vapores que llegaban de todos los lados del mundo, sigue vigente aun ahora.

Hasta bien entrado el siglo XX, la aduana argentina, instalada en la capital y gran puerto de Buenos Aires, fue el cuello de botella por el cual todo lo que llegaba a Argentina, y salía de ella, debía pasar. Telas y finos muebles europeos importados, y carnes y granos argentinos exportados, todo lo que transitaba por el ancho y plateado río debía pagar un peaje que enriquecía unos pocos, y empobrecía al resto del país. La corrupción se hizo endémica en la sociedad argentina, y es un problema que perdura hasta el presente.

Mis propios abuelos húngaros, llegados al puerto de Buenos Aires al final de la Segunda Guerra Mundial como refugiados, sufrieron el robo de su plata en el momento que pisaron el muelle. Una advertencia de que aquí en esta gran ciudad, que tantos encantos tiene, la búsqueda de la plata, ya sea por pobres que roban para no morir de hambre, como por políticos corruptos que guardan sus mal habidas ganancias en paraísos fiscales, sigue consumiendo los sueños y las energías de tantos.

Me toca ahora cerrar esta serie de “Postales Argentinas” que he tenido el privilegio de escribir. Quiero decirles que esta querida Argentina, con todos sus problemas y defectos, sigue siendo un lugar único y maravilloso al que los invito a conocer. Ya sea por sus inmensas pampas, sus ríos y lagos del centro del país, los cielos azules de la Patagonia, el fuego de los volcanes de los Andes, o las plateadas nieves de Tierra del Fuego, esta es una tierra que merece ser visitada.

(Ricardo Preve es un cineasta y fotógrafo argentino residente en Virginia, Estados Unidos desde 1976. Este editorial forma parte de una serie con el título de “Postales argentinas”. @rickpreve en Instagram y Twitter; foto: Salta colorada, R. Preve).